La vida de la
bien conservada residencia se remonta al siglo XVIII, declarado patrimonio de la nación por R. S. 132 del 16 de abril de 1958. En esa época, el solar o
terreno, ubicado en la entonces calle de la Alcantarilla Alta hoy San
Francisco, pertenecía a don Andrés Rosas y Hermano, según consta en los
archivos históricos de Arequipa.
Se sabe que en
el año de 1736, Rosas decidió vender su propiedad a quién daría el nombre
que hasta el día de hoy se conserva: don
Domingo Carlos Tristán Del Pozo, quién para entonces estaba casado con doña
María Carazas.
La edificación
del inmueble empezó ese año y terminó dos años después, fecha registrada en un
bajorrelieve colocado sobre el arco del zaguán de ingreso al primer patio.
La historia dice
que tiempo después, don Domingo añadió a la casa un pedazo de solar... “en el
fondo” de las 27 tiendas de la calle Mercaderes, que pertenecían entonces a los padres de la Compañía de Jesús, en la
parte posterior de un callejón que ha servido hasta hace poco como pasaje
público, al costado derecho de la casa. Los documentos indican que el solar
anexado lo compró posteriormente el mismo Domingo Carlos Tristán del Pozo al
padre rector de la Compañía el 15 de setiembre de 1736, para usarlo como
huerta.
A la muerte de
don Domingo, el general Don José Joaquín Tristán del Pozo heredó la propiedad,
pero solamente 40 años continuó siendo de la familia porque el 5 de mayo de
1778, el heredero la vendió al entonces obispo de Arequipa, doctor Manuel Abad
y Llana.
Así fue. La
donación no pudo hacerse efectiva pues estaba sobre el inmueble un gravamen de
21 mil pesos de la época, por costos (suerte de tributos coloniales) no cancelados
por el anterior propietario. Como iban las
cosas, la casa había sido alquilada por el coronel Raymundo Gutiérrez de Otero,
el mismo inquilino de la casona. Convocado el remate, el ilustre militar opto
por comprarla y tomó posesión de ella el 13 de mayo de 1796.
Mientras tanto, los padres de San Camilo no se sentían conformes de haber perdido la propiedad y el 31 de enero de 1804, el superior del Colegio del los Padres Agonizantes decidió elevar una petición al virrey del Perú para recuperarla, pero sus esfuerzos fueron inútiles; meses más tarde, y agotado el proceso reivindicable, se daba la orden de remate y los curas tuvieron que aceptar la decisión terrenal. Posteriormente, los descendientes del coronel Gutiérrez de Otero, a la sazón, los Gutiérrez y Cossio, y Ugarteche y Gutiérrez, heredaron la casa, que según la estructura interna de Arequipa del año de 1824 esta casa se localizaba en el cuartel 11. Ellos estuvieron hasta mediados del siglo XIX, cuando aparecen registrados como propietarios, sucesivamente, don Manuel Ballón y sus herederos, don Juan Gómez de Ballón, don Joaquín del Carpio y doña Juana Manuela Gómez.
A finales del
siglo, la casa ya pertenecía a don Roberto Reinecke, quien la había comprado en
1887, y a comienzos del sigo a don Domingo Montesinos, cuyos herederos la vendieron
a la sociedad Guillermo Ricketts e hijos, según consta en una escritura
fechada al 5 de mayo de 1917. En el libro "Evolución Urbana de Arequipa: 1540-1990" de Ramón Gutiérrez menciona “que en el tiempo que ocupaba la casa los Ricketts se alteraron los vanos originales. Y donde también estaría el consulado argentino”.
En estos últimos
años, como es sabido, la casa siguió siendo de los Ricketts hasta que el BBVA Continental se hizo cargo de la casona en 1974 para poner en funcionamiento, en ese
lugar, sus oficinas centrales y una concurrida galería de arte abierta al
público en general, donde "BBVA Continental posee una colección de cuarenta acuarelas de artistas arequipeños; en ella, los temas recurrentes son el paisaje rural y urbano de la Sierra Sur, las actividades cotidianas del pueblo y los retratos caricaturizados de personajes de la élite social".
DESCRIPCIÓN ARQUITECTÓNICA
Su frente esta
compuesto por un alto muro que remata en una cornisa escalonada, gárgolas con
cabezas de puma, cuatro ventanas – dos
por lado- y una imponente portada
prolíficamente decorada. Las ventanas constituyen uno de los elementos
originales de los diseños arquitectónico de la región: el vano pequeño y
rectangular se abre sobre una repisa y, en la parte superior, como si fuese el
remate de unas pilastras inexistentes, destacan medio capiteles parecidos al
estilo corintios. Sobre ellos se extiende un primer dintel que contrasta con un
segundo dintel superior cuyo entablamento está exuberantemente exornado con
cuadrifolias, follajería y monogramas, y protegido entre cornisas escalonadas
con labras de rosetones y querubines en el centro y los extremos.
La gran portada posee en su primer cuerpo un vano dintelado con pilastras laterales de fustes huecos dentro de los cuales se encuentra medias columnas. A los lados se aprecian orlas constituidas por jarrones de los que surgen ramificaciones ondulantes y floridas que se entrecruzan en elegante movimiento. Mediando un ancho entablamento, en el que contrastan espacios lisos con otros decorados de cuadrifolias y una repisa escalonada en el centro, se levanta el prominente tímpano circundado de una amplia cornisa que concluye en roleos, En los extremos se encuentran pináculos piramidales que aligeran y dan un sentido de verticalidad sobre la acusada horizontalidad de la fachada. A los lados, a modo de continuación de las pilastras, se suceden cuadrifolias y rosetones.
El espacio central del tímpano concentra un movido juego de diseños en el que parece adivinarse la representación de un candelabro que reposa sobre una base semicircular. Los brazos del mismo estarían formados por cinco, tallas y flores de cantuta sobre los que están labrados un número similar de monogramas dedicados a Cristo, La Virgen María, San José, Santa Ana y San Joaquín. Quizá, como lo indica Enrique Marco Dorta, represente el árbol genealógico de Jesús. El resto de la decoración está formado por relieves planiformes de tallos ondulantes, hojas y rosas. Al interior se ingresa por un zaguán que da a un amplio patio rectangular en el que contrastan agradablemente los relieves de los dinteles con la blancura de los lienzos llanos. Las amplias habitaciones abovedadas conservan sus sobresalientes cornisas escalonadas, querubines como elementos exornativos y restos de pintura que evidencian que en algún momento final del siglo XVIII o principios del XIX – algunas partes de la cubierta lucieron una vistosa policromía. En el paisaje que media entre el patio y el segundo patio se distribuyen otras habitaciones y una recia escalera que lleva a la azotea.
Calle San Francisco a comienzos del siglo XX - Postal de Max T. Vargas en el Archivo de Arte Peruano. Museo de Arte de Lima
La amplitud del
traspatio nos permite suponer que en él debió existir no solo una regalada
huerta, sino también caballerizas y
depósitos para los granos que, en tiempos de cosecha se traían de la campiña
para el consumo de la gran mesa familiar.
Al final de la
escalera y sobre el ambiente que ocupa el baño aún se aprecia restos de un
conjunto de oteas o bovedillas de segundo pisos que eran usados por la
servidumbre para la vigilia de los ambientes de mayor importancia, así mismo en
este mismo ambiente cabe resaltar dos quicios de sillar de andesita perforados
en su eje para sostener alguna puerta de piso a techo y que probablemente fuese
de algún recinto dedicado al culto o corredor interior.
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